La competitividad alemana tiene agujeros

AJUSTE DE CUENTAS

Tiempos de cambio en Alemania y cuando eso sucede, Angela Merkel deja entrever decisiones a medio cocinar y muestra supuestas inconsistencias. Ayer, la canciller en funciones tenía dos importantes intervenciones en Berlín ante hombres de negocios. «No vamos a rebajar artificialmente la competitividad alemana», dijo en una de ellas en respuesta a las críticas al superávit alemán. Acto seguido admitió que, aunque no estaba en su programa electoral ni le parece justo, ha aceptado la introducción de un salario mínimo en aras de crear una gran coalición con los socialdemócratas.

Es difícil imaginar que el establecimiento de un suelo salarial –se habla de en torno a 1.190 euros al mes por un empleo de 35 horas semanales– no afecte a la competitividad alemana. Sin embargo, el hecho de que Merkel sólo considere el salario mínimo como factor de destrucción de empleo –dijo que luchará por evitar que se destruyan puestos de trabajo– y no como una presión al alza del precio del trabajo, puede indicar que van a existir excepciones que podrían incluir los denostados minijobs.

Fue muy significativo que el Gobierno de François Hollande fuera el primero en reaccionar ante esta medida. «Es una señal de una disposición más cooperadora en Europa», dijo el ministro de Economía, Pierre Moscovici. Parece que París estaba anhelando que Berlín echara un poco de arena en su eficaz engranaje industrial para que no siga quedando en evidencia que donde no se están haciendo reformas es en la Francia socialista.

Merkel definió la consolidación fiscal, la mejora de la competitividad y la reforma energética como las prioridades domésticas de su futuro Gobierno. Y la Unión Bancaria como objetivo europeo. La canciller tuvo ocasión de sacar pecho respecto de su política pro austeridad y reformas. Ahí fue cuando puso como ejemplo que la banca española ya ha salido del rescate y también citó los avances de Irlanda y de Grecia.

Es curioso, sin embargo, que el Gobierno de Merkel, que tanto ha preconizado cambios y modernizaciones, es el Ejecutivo europeo que menos reformas ha hecho en su propia casa en los últimos dos años.

El futuro Gobierno no podrá eludir dos asignaturas para cuya financiación necesitará como mínimo más de un billón de euros. Una es la reforma energética. El alto coste de la energía supone un lastre para la industria alemana y en Berlín están abiertos a todo, incluso a olvidarse de la promesa de prescindir de la energía nuclear post Fukushima. Se habla de más de medio billón de euros a invertir ahí. Y la otra reforma es la de las cajas de ahorro, que no tiene tanto que ver con las pequeñas entidades como con los bancos de los Estados federales que les proveen servicios financieros. Cálculos conservadores hablan de otro medio billón.

john.muller@elmundo.es